Día de la Tradición: Fierro y Cruz, fisonomía de la moral.

Un encuentro iniciático con un destino comun.

Fierro y Cruz por Juan Carlos Castagnino.

¿Qué es lo que hoy se pretende vindicar cuando llega el efemérides del Día de la Tradición? ¿Un pasado idealizado donde todo fue, es o sería mejor o, por el contrario, rescatar los rasgos de la «fisonomía moral», como lo proponía Hernández en 1872, cuando hizo su primer aparición el poema Martín Fierro?

No quiero excederme en estas líneas, solo expresarme y decir que amén de su nacimiento, las condiciones políticas de su familia, el marco histórico donde comenzó su labor de escritor y el desarrollo de su obra; Hernández fue un gran periodista y político comprometido y preocupado por el destino de su patria. Martín Fierro es la prueba, que años después rescataría otro enorme y trágico, Leopoldo Lugones, y lo traería al centro neurálgico -y en ese momento aristocrático, si se quiere- de la toma de decisiones del ejecutivo nacional.

Hernández vivió. Y viajó y estudió todo lo que tuvo en frente. No estaba ajeno a los símbolos ni a la hermenéutica; como tampoco desconocía las tradiciones antiguas, los monumentos identitarios de las civilizaciones, las fuerzas en pugna que originan los mitos y los libros de las creencias primigenias y salvos de toda mácula moderna.

Y hablando de su obra más conocida, hay un momento privilegiado en su epopeya; éste es el encuentro entre sus dos protagonistas: Fierro y Cruz; personajes opuestos que terminan fundiéndose en uno mismo. Este encuentro ha sido parcializado y convertido en más materia de ficción por Jorge Luis Borges; cualquiera lo puede hallar como Biografía de Tadeo Isidoro Cruz.

Y aquí me quiero detener antes de seguir: entre la tajante división de los universos comprendida por Platón y el paradigma neoplatónico académico, religioso y popular posterior y desarrollado hasta nuestros días, aquel dónde uno de tales universos puede ser aprehendido por el ejercicio de pura percepción intelectual y el otro, el de las representación aproximada de esas ideas perfectas, pueda comprenderse en primer término por los sentidos; existe una dimensión intermediaria donde fluyen formas sutiles; formas a medio camino entre inmaterialidad y sueños. Formas, al fin, supervivientes de historia y de leyendas narradas por las voces de la época. En este intermedio, en este barzaj (1) de realidades, estas formas sutiles adquieren protagonismo y, allí donde tocan y envuelven, se hacen reconocibles al alma humana.
Este topos meridiano que emerge en momentos definitivos y de suma urgencia, convoca siempre a la determinación y a sentar posición; y esta hazaña que resume la dirección de la propia vida se puede traducir como un salto de fe y confianza donde se manifiesta el verdadero espíritu de lucha en todo su esplendor. Un salto consciente que demuestra que la finitud temporal tan nuestra, tan humana y tan de este plano físico que conocemos con certeza absoluta, esta ahogada, por decirlo así, en un océano que nos revela la inconmensurable eternidad.
Materia y espíritu, dos antinomias declaradas que pueden unirse unicamente por esta vía, por la decisión a dar ese gran Salto. Darlo, significa que el espíritu se sale de sus límites temporales y ve, logra ver al cuerpo que por vez primera mira al alma y, a su vez, alma que se deja contemplar por el cuerpo y que permite conectar con un Uno, o Idea, o Todo superlativo y originador que tiene la particularidad única de que «todos los todos» tienden a retornar a Él.

Quizás sea difícil definir cuál es el órgano que pueda percibir dicho estado anímico: para algunas tradiciones es el corazón; mas en otras cercanas a nuestro tiempo se dice que es el cerebro, es decir, las conexiones neuronales que ha dado cuenta la tradición científica positivista hasta nuestro ahora. De cualquier manera, no hay equivoco en decir que es la imaginación el lugar privilegiado donde se encuentran los signos y símbolos del ayer que logran actualizar su contenido con los del hoy. La activación de la imaginación, su vida plena, es el escenario acorde para que ellos se hagan legibles en la ciencia hermenéutica; para que podamos asirlos cuando flotan desde lo remoto y adquieren realidad en los momentos críticos de develamiento espiritual.

El encuentro:
Cuenta el héroe Fierro: «Tal vez en el corazón lo tocó un santo bendito» (2):
Quizás tal haya sido la motivación que hizo que Cruz deje de ser perseguidor y se identifique con su perseguido. O de desistir de ser él para convertirse en Fierro; fue en el instante preciso de la facticidad de finalizar al hombre para convertirlo en mártir y héroe que Cruz nota algo que lo lascera y carcome desde dentro. El escenario de los fenómenos se amplia y la realidad se diluye en la fantasía: Borges nos recuerda el grito del ave, el sol del día, la respiración agitada, los nervios que crispan. Producto del instante de esteencuentro develador entre dos diferentes pero iguales, surge el momento iniciático para el renacimiento y la existencia auténtica de uno por aproximación dd otro. Y la conclusión final que vuelve a la anécdota en mito: la mirada a la propia vida y los actos para quién se obedece y el cambio de posición con la redención moral y la satisfacción de vivir de acuerdo a lo que es necesario y correcto. El encuentro se vuelve mito sagrado y es transmitido oralmente por las payadas de unos con otros para todas las generaciones, para que se sepa, para que se emplee como norma moral.

Una historia cargada de enormes significados nos termina ofreciendo como conclusión la existencia del otro unida a la mía y, solo por esto, con un destino comun: el de la libertad, el de la salvación.

Será, tal vez también, que así se cumpla la máxima sánscrita de «tat tvam asi» (3) que da contenido central a toda la filosofía oriental y religiones abrahamicas y de la cual no queda más posibilidad postrera que la de identificarse con el otro y asimilarlo y amarlo: no solo amar al prójimo como a uno mismo, sino querer y desear en este encuentro un final compartido, irremediablemente unido y lugar de llegada común a todos.

Rescatar y practicar auténticamente aquella fisonomía moral que Hernandez comprendió en su pasi por la estancias en Laguna de los Padres es simple: vivir el campo, manejarse por los tiempos de la vida natural y sus imposiciones, esto es, levantarse al rayar el alba, desayunar un buen bife para vigorizar el cuerpo y dedicarse de lleno al trabajo de la hacienda. Realizar la tradición material de ordeñar ubres porque explotan, cosechar el fruto antes de que caiga, limpiar corrales para el saneamiento animal y faenar un ser vivo porque hay que comer; porque seves sustentador y hay que darle de comer a la familia. En esos actos rutinarios es donde actúa, donde se ejecuta la acción y lo que es la vida tradicional de campo.

Aquí no se necesitan imperativos categóricos de alguien que no ha vivido para ordenar la moral. Aquí la ciencia y lógica positivista de la ilustración europea y eurocentrista hace agua. No sirve, no es conducente. Sacan el espíritu del hombre y se lo adjudican a lo inerte; no es raro que hegelianos y kantianos de la primera hora hayan terminado en convirtirse en popes del indigenismo progresista. Eso aquí, en las tierras de la abundancia es una coacción que impide el pensamiento nacional, si es que de verdad queremos tener un pensamiento nacional propio…

Ahora, si en verdad vindicamos el Día de la Tradición como tal y queremos rescatar esa fisonomía moral para hacerla praxis concreta, no más comprender que hacer el bien y evitar el mal son las máximas por antonomasia de todas las tradiciones significativas de la historia.
Máximas para mantener un orden social y natural equilibrado, sí. Pero también máximas que implican hacerse cargo de lo propio, del lugar que convoca y apaña, que da de comer y otorga habitat para los nuestros.
De defenderlo. Y de defenderlo con lo que se tenga: uñas y dientes, memoria e identidad compartida. Y con el alma, para que nada ajeno con pretensión de superioridad penetre nuestra tierra, nuestro legado y nuestro espíritu e intoxique y enferme hasta la mortandad de la existencia real nuestra historia compartida.

Romina Yasmin Matuk.

Notas:
(1) Barzaj, del árabe, literalmente significa «barrera». De acuerdo a la escatología islámica, lugar intermedio donde el alma del difunto permanece antes del Yawm al-Qiyama (Día del Juicio).
(2) Martín Fierro, verso 1625.
(3) «Eso eres tú «», afirmación central de los Upanishads.

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